Eagle Pass, Estados Unidos
En la frontera entre México y Estados Unidos, en el Río Grande, Marco Antonio González ha encontrado una forma inusual de ganarse la vida. Antes solía pescar en el río, pero la llegada constante de cientos de migrantes le llevó a buscar otra fuente de ingresos.
Un día, mientras pescaba, encontró una bolsa con 100 dólares. Esto le hizo empezar a recoger la ropa que los migrantes dejan atrás al cruzar el río, el último obstáculo que enfrentan cientos de miles de personas cada mes al intentar ingresar a territorio estadounidense. Luego lleva estas prendas a un refugio en la fronteriza Piedras Negras, donde recibe alimentos a cambio.
González comenta que las personas en el refugio le dan una buena comida, que incluye arroz, frijoles, aceite y papel higiénico, como agradecimiento por su contribución. A lo largo de los años, ha hecho de esta actividad su forma de vida y ve la basura de unos como el tesoro de otros.
Sin embargo, este trabajo no está exento de desafíos. En ocasiones, es acusado de robar pertenencias de los migrantes, como mochilas o documentos de identidad. González niega estas acusaciones y está dispuesto a permitir que revisen sus pertenencias para demostrar su buena voluntad. También menciona que a veces tiene que ayudar a los migrantes a cruzar el río cuando se encuentran en peligro.
González, padre de tres hijos, presencia a diario la llegada de decenas de migrantes a las calles de Piedras Negras y considera que su trabajo es necesario, ya que evita el desperdicio de las pertenencias que dejan atrás los migrantes. Su motivación principal es ayudar a quienes más lo necesitan.
Este relato destaca la complejidad de la situación en la frontera entre México y Estados Unidos, donde los migrantes enfrentan desafíos significativos en su búsqueda de una vida mejor, y donde personas como González intentan ayudar en medio de esta difícil situación.