Santo Domingo, RD. — Hace cerca de una década, Norge Ruíz y su familia tomaron una de las decisiones más arriesgadas de sus vidas: abordar una yola en las costas de su natal Cuba con la esperanza de alcanzar un futuro mejor, libertad y la posibilidad de cumplir un sueño que desde su hogar parecía “imposible”: convertirse en pelotero profesional.
Hoy, con 31 años, Ruíz mira atrás y no se arrepiente de las decisiones ni de los obstáculos que enfrentó para llegar hasta donde está. A pesar de las dificultades del exilio y la incertidumbre del camino, logró abrirse paso en el exigente mundo del béisbol profesional.
El lanzador reconoce que su “prepotencia”, alimentada por el éxito temprano que tuvo en Cuba, influyó en que no pudiera desarrollarse como se esperaba en sus primeros años fuera de la isla. Sin embargo, también admite que esas lecciones fueron parte esencial de su crecimiento personal y deportivo.
Casi diez años después, Norge Ruíz representa la historia de un hombre que no solo cruzó fronteras físicas, sino también las de sus propios límites, impulsado por la fe, la familia y el béisbol.














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